Del lugar en el que tenemos razón...

...nunca brotarán
las flores en primavera.
Espero que los versos de Yehuda Amijai acompañen cada entrada a este blog. No sé cuanto durará la idea de publicar los recuerdos e impresiones de un viaje que ha tenido como guía excepcional el libro al que he robado el título para la cabecera del blog. Así que, con permiso del Sr. Dezcallar..., empiezo.

martes, 5 de enero de 2010

De cine...





Escena 1. Mañana. La cercanía de alminares, torres, cimborrios…, mezclados con antenas parabólicas, ropa tendida y placas termosolares son el reflejo de una ciudad viva –una combinación de maneras tradicionales y tiempos modernos- lejos de esas imágenes acartonadas de muchos conjuntos históricos. Desde los tejados también se puede contemplar otra perspectiva: si se mira hacia abajo, a través de alguno de los respiraderos que asoman a las azoteas, se tiene acceso a un mundo subterráneo, el de los souks, los bazares en los que –no ya los turistas- sino los habitantes de la ciudad, se mueven laboriosamente, como hormigas en un hormiguero, para resolver sus asuntos cotidianos.
Escena 2. Mediodía. La Cinemateca acoge esos días el Festival de Cine de Jerusalén. Un inmenso escaparate para exportar al mundo la cara más amable del país. Lo más cool de la ciudad se da cita en una terraza frente a la cual, no obstante, un par de rabinos han sustituido la yeshiva –escuela talmúdica- por el aire libre para impartir su lección de hoy. A nuestro alrededor el inglés domina al hebreo e, incluso, el camarero se lanza a hablarnos en castellano: quiere practicar porque su novia es de Valencia. Nos traduce la carta del restaurante a la vez que nos solicita que corrijamos sus expresiones.

Escena 3. Atardecer. Bajo el Monte Moria, pero en el exterior de las murallas, se encuentran los restos arqueológicos de la Ciudad de David, considerados los más antiguos de Jerusalén. Al sureste se abre el valle del Kidrón o Josafat, flanqueado por el Monte de los Olivos y en cuyo fondo se pueden ver sendos falsos sepulcros de Absalón y Zacarías. Todas estas cosas nos cuentan las guías. Pero las guías no mencionan, en cambio, que a lo largo del valle se extiende el barrio árabe de Silwan. Es un barrio de casas apiñadas, encaramadas sobre la ladera. Callejeando por sus empinadas cuestas vemos pandillas de niños jugando, coches "tuneados" con una música igual de hortera que en cualquier otra parte pero cantada en árabe y basura, mucha basura. Hemos dejado atrás la pulcra Jerusalén para turistas.
Escena 4. Noche. Un grupo de hombres con pesados gabanes de fieltro se arremolina en torno a una pared. Acto seguido comienza un intenso soniquete de teléfonos móviles. Cuentan que en Mea Shearim nadie compra ni lee periódicos, no se escucha la radio ni se ve la televisión. Las noticias –sus noticias- corren de boca en boca tras haber sido expuestas a la luz pública en carteles como sábanas, escritos, las más de las veces, en yiddish, una mezcla de lenguas semita, germana y eslava. El hebreo, idioma sagrado, se reserva para la oración. La población ultraortodoxa que se apiña en esta pequeña cuadrícula al noroeste de la Ciudad Vieja, trata de emular la vida virtuosa de los shtetls, las aldeas centroeuropeas de las que muchas familias son originarias. Este minúsculo enclave concentra hoy el judaísmo más reaccionario e intolerante.

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