Del lugar en el que tenemos razón...

...nunca brotarán
las flores en primavera.
Espero que los versos de Yehuda Amijai acompañen cada entrada a este blog. No sé cuanto durará la idea de publicar los recuerdos e impresiones de un viaje que ha tenido como guía excepcional el libro al que he robado el título para la cabecera del blog. Así que, con permiso del Sr. Dezcallar..., empiezo.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Diásporas


Cerca de la Puerta de Jaffa, en Jerusalén, hay un zoco propiedad del Patriarcado Ortodoxo Griego. Es un lugar encantador donde se ubican un local de copas, una peluquería –también aquí, como en el resto de Israel, secan las toallas a la vista de paseantes y turistas, colgadas en tendales portátiles-, un pequeño hotel y un café-bar que convertimos en nuestra guarida frente al calor de aquellos días. La familia que lo regenta es árabe cristiana. En el lugar del mundo donde quizá más importancia tienen los símbolos, los árabes cristianos no olvidan colgarse al cuello llamativos crucifijos. Un día, mientras disfrutábamos de un zumo de naranja, uno de los jóvenes de la familia nos tendió un álbum de fotos.

Mostraban imágenes antiguas –la mayoría de la época del mandato británico- que recreaban parte de la historia del pueblo árabe en estas tierras: la pequeña aldea de Belén –Beit Lekhem, la casa de la carne en árabe- en un tiempo lejanísimo en que no existían tour-operadores religiosos; caravanas de beduinos a las puertas del oasis de Jericó; o la visita del káiser Guillermo II a Jerusalén, cuya entrada a la Ciudad Vieja en coche dejó como recuerdo la enorme cicatriz de la muralla junto a la Puerta de Jaffa. Entre aquellas fotos también estaba la de una muchedumbre intentando subirse a unas barcas de pescadores.

En Tel Aviv habíamos visitado Beth Hatefutsoth, el museo de la diáspora. Cuando oímos este término tendemos a pensar de forma refleja en la diáspora judía, algo que no es ajeno a nuestra herencia cultural, aunque también puede deberse a cierto sentimiento de culpa colectiva. Aquella foto, sin embargo, era la imagen de la diáspora. La fotografía estaba tomada en 1948 en el puerto de Jaffa, probablemente no muy lejos del pequeño faro que, inservible, hoy ya no luce ante la inminente remodelación en puerto deportivo. Tan sólo unos días antes habíamos paseado por esa curva que dibuja el puerto, frente a las rocas de Andrómeda, un nombre tan envolvente como temido por los marineros de otros tiempos. En los paneles turísticos de la ciudad vieja nada hace mención –de forma casi milagrosa- a los más de 2.000 años de presencia árabe. En esta Jaffa milenaria todo es poco para atraer al arte y embellecer la barbarie.

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