Del lugar en el que tenemos razón...

...nunca brotarán
las flores en primavera.
Espero que los versos de Yehuda Amijai acompañen cada entrada a este blog. No sé cuanto durará la idea de publicar los recuerdos e impresiones de un viaje que ha tenido como guía excepcional el libro al que he robado el título para la cabecera del blog. Así que, con permiso del Sr. Dezcallar..., empiezo.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Imágenes II: muros


La última pieza de este explosivo puzzle es la de encajar la Explanada de las Mezquitas encima del lugar más sagrado para el judaísmo. Cuando Ariel Sharon visitó la explanada quería afirmar los derechos del pueblo judío sobre la plataforma del templo –el tercero, que habrá de construirse con el advenimiento del Mesías- dejando claro que jamás se cederá su soberanía al pueblo palestino. El único resto en pie, un minúsculo contrafuerte, del segundo templo –el de Herodes, el primero fue el de Salomón- es el Muro de las Lamentaciones. Da igual que deambules sin un rumbo marcado, todos los pasos que des en Jerusalén te llevarán al lugar más telúrico de la ciudad. Callejeando por el barrio judío no hay más que dejarse llevar para alcanzar un mirador. Desde lo alto, con la distancia emocional que da el ateísmo, se tiene una perspectiva casi zoológica de lo que allí abajo acontece. La explanada que se abre frente al muro –y por la que desfilan curiosos, turistas y acompañantes hipnotizados por el espectáculo en que se ha convertido el ritual de la oración- se habilitó, tras la Guerra de los Seis Días y la toma de Jerusalén Este por el Tsahal (el ejército israelí), con la demolición de las casas árabes que allí había. Y es que, no deja de ser irónico que el lugar más santo del judaísmo esté en el corazón del viejo barrio árabe. Constituye toda una experiencia contemplar los andares nerviosos de los judíos ortodoxos atravesándolo. A la ida, como con prisa por cumplir con ese Dios vengador que, si bien lleva varios milenios de retraso, al parecer no admite la impuntualidad. A la vuelta, y en apariencia sin la paz que han ido a buscar, sus pasos se transforman en una danza que esquiva, con elegante escenografía, los cuerpos y ojos de los goyim (no judíos), no vaya a mancillar un cruce de miradas la pureza alcanzada tras la oración.
Quizás si alzaran la vista verían que ahí mismo, cerca de sus rezos, al otro lado del valle de Josafat, se alza otro muro. A lo mejor es por vergüenza que van siempre con la mirada clavada en el suelo…

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