Del lugar en el que tenemos razón...

...nunca brotarán
las flores en primavera.
Espero que los versos de Yehuda Amijai acompañen cada entrada a este blog. No sé cuanto durará la idea de publicar los recuerdos e impresiones de un viaje que ha tenido como guía excepcional el libro al que he robado el título para la cabecera del blog. Así que, con permiso del Sr. Dezcallar..., empiezo.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Una tragedia geométrica...


Jerusalén es, en pleno siglo XXI, una ciudad amurallada. El Imperio Otomano dejó constancia de la importancia militar que le otorgaba a la ciudad construyendo las murallas de Suleimán el Magnífico. Todavía hoy guardan los secretos de la Ciudad Vieja. Cada una de sus puertas es una tentadora invitación a descubrir las intrigas, las pasiones, los anhelos…, los hilos que tejen la historia de la humanidad. La mayoría de esas puertas no da la bienvenida abiertamente: un recodo obliga a girar en ángulo recto para salvar su paso. Las arduas maniobras de los coches para acceder al recinto atestiguan lo efectiva que debió de resultar en el pasado tan sencilla táctica defensiva. En la actualidad, a cierta distancia de estas bellas murallas se alza otro cordón de seguridad. Es el muro del apartheid, el muro de la vergüenza, el muro…, a secas. Seca es la tierra que lo rodea y seca, la impresión que produce. Y es que, en ocasiones, nuestras imágenes preconcebidas se ven superadas por la crudeza y la brutalidad de la realidad.

Qalandiya es el paso principal hacia el norte de los territorios ocupados, la salida natural hacia Ramallah, la capital de Cisjordania. Es el check-point que a diario miles de palestinos y palestinas –siempre que tengan permiso de trabajo concedido por las autoridades israelíes- cruzan para ganarse la vida. El muro ha pasado a formar parte de sus vidas. No lo miran, no les sorprende, simplemente, lo soportan. Les resulta tan cotidiano como el puesto de comida que hay en medio de la caótica rotonda, como si llevara ahí toda la vida. Me equivoco en mi diagnóstico. En el autobús de regreso aprovecho las continuas paradas para hacer fotos. Una mujer se dirige a mí en árabe. Su boca, sin dientes, desfigura su rostro y le hace aparentar mayor de lo que seguramente es. Me siento increpada sin saber qué decir –esa sensación de turista invadiendo espacios ajenos- hasta que un hombre que viaja en el asiento delantero se ofrece espontáneamente como intérprete. Dice que se alegra de que hagas fotos –me aclara- para que luego lo puedas contar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario